Miguel Aguayo, S.J. NO TOCAR
No tocar
lo que los ojos palpan
Colección de dieciséis obras en formatos medios realizadas en diferentes técnicas entre los años 1977 y 2019, en las que se hace evidente la dinámica tensa -casi magnética- que atrae y repulsa los objetos de nuestro deseo. Mirada y palpación como tirantez constante, expresada y magnificada por la prohibición del deseo de tocar al otro, a lo otro.
La carga de mármol cortante que desafía la tentación de nuestras yemas, los velos profundos de gasas superpuestas que la mano nerviosa quisiera develar; las incitaciones táctiles de esmaltes y óleos, como pieles prohibidas. Son provocaciones vedadas que nos trasladan a la realidad que hoy nos encuentra.
Elementos supuestamente opuestos y excluyentes, hacen una sola sustancia en la condición humana: materia y evanescencia; luz y oscuridad; sensualidad y mística; represión y permisividad; culpa y redención. La masa contradictoria de la existencia no sucumbe, en Aguayo, al sinsentido; todo lo contrario: son los lodos del barro, diría Pablo, con que se cuece la vasija en la que llevamos tesoros.
La realidad no se pisa con pies desnudos: entre la tierra y sus plantas median las suelas del mito, que será la Escritura Sagrada, el código fundamental que indica a Cristo como destino último del artista, el jesuita Miguel Aguayo.
Sobre Miguel Aguayo
Miguel Aguayo López Urbina, S.J. (1934 – 2020) Jesuita, pintor, escultor, poeta, novelista, ensayista, músico y catedrático de la Universidad Iberoamericana durante más de cuatro décadas; es quizá uno de los últimos seres renacentistas en este lado del mundo.
Siendo novicio de la Compañía de Jesús, Miguel se concentró en la poesía y la novelística; fue hasta más tarde, poco después de haberse ordenado sacerdote, cuando es enviado a París a realizar estudios de artes plásticas e historia general del arte en la Escuela del Louvre.
Su estancia en Europa lo pone en contacto con las vanguardias del siglo XX, sobretodo el fauvismo y el expresionismo alemán, escuelas que le cautivan y que formarán parte de las muchas referencias que integran su lenguaje.
Y es que su obra se caracteriza por establecer múltiples y constantes diálogos con quienes el propio Aguayo consideró como sus verdaderos maestros: los impresionistas y postimpresionistas; pero también los maestros de la escuela mexicana de pintura y los gigantes del abstraccionismo americano, como Rothko y Pollock – a quien conoció personalmente – con quien comparte el involucramiento con los materiales y el gesto del propio cuerpo volcado sobre cada una de sus piezas.